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Kala y Caro

Una foto es un gran recuerdo, pero nunca mejor que haber vivido y aprendido de un amigo de cuatro patas. Un evento que cambió mi vida. Jamás pensé que el 21 de Julio en el 2012, Kala ya no despertaría más. Rodeada hasta el final de quienes más la quisimos y la cuidamos, la pequeña dejó esta vida.
Puedo decir que conocí a un ser como ningún otro. Con ella experimenté nuevos sentimientos, de los cuales aún sigo aprendiendo. 


Kala nació el 4 de Enero del 2010 en algún lugar donde, me gusta pensar, se le recibió con amor y cuidados. Sin embargo, a los cinco meses de vida se decidió que debía ser desechada, pues su pelo (unos milímetros más corto de lo que la norma establece para su «raza») permitió que se descartará como pie de cría. Abandonada en una pensión, cruzamos miradas conmigo una tarde de jueves. Lo mejor que pudo habernos pasado a ambas. Sé que todos los cachorros son tiernos pero confieso que sus ojos de “gato con botas” me conquistaron como ningún otro cachorro lo había hecho y no deje de pensar en ella. No pude sacarla de mi cabeza durante todo el fin de semana y para el siguiente domingo ya formaba parte de la familia. Desde el primer minuto que llegó a casa demostró su ingenio, robó de inmediato el trapeador para dar vueltas alrededor de la mesa perseguida por sus humanos, ¡fue de lo más divertido! Recordarla me hace sentir tan feliz como ese día mientras soltaba carcajadas y estiraba los brazos hacia ella tratando de agarrar ese trapeador. Correr en círculos me hizo sentir algo tonta, sin embargo no tendría problema con volver a verme boba si pudiera de nuevo compartir con ella. Por desgracia  nuestros cachorros no viven tantos años como nosotros y con Kala no fue diferente, una enfermedad generada por defenderme la volvió débil y terminó por perder la batalla.

Al principio estar con ella era todo un reto, pues aprendí que ningún objeto debe dejarse fuera de su lugar si existe alguien con dientes curiosos cerca. Aunque con el tiempo fui dándome cuenta que su lugar parecía ser la boca de Kala, ya que aunque estuviesen bien guardados en el cajón, inevitablemente terminarían siendo masticados. Con la pérdida de varios controles de tv (por cierto, si alguien lo necesita puedo decirle dónde encontrar controles de todos los modelos), zapatos favoritos, peluches que se quedaron sin ojos, o ropa que ni siquiera pude estrenar, aprendí a dejar de lado el apego a mis cosas favoritas a cambio de un amor mucho más valioso.

Cada segundo de su vida marcó una diferencia en la mía. Ella tenía la capacidad de proporcionar en su justo momento lo que cada corazón necesitaba. Anécdotas existen muchas y a pesar de que se hayan borrado ya los moretones de recuerdo que dejó en los brazos y las piernas de su veterinaria, lo que vivimos en esas visitas jamás lo desvanecerá el tiempo. Era la mejor para escapar de la transportadora. En un momento estaba dentro y al siguiente la veíamos libre moviendo su cola y un gesto burlón con el que casi podía escucharla decir una vez más me escapé. Ese talento natural para perseguir la libertad la hizo convertirse en la consentida del abuelo, a quien no le importó sacrificar su colección de carritos artesanales a la dentadura de Kala, después de todo ella fue el hombro sobre el cual él pudo apoyarse para enfrentar la difícil condición de salud de mi hermana. Sus tíos Burbuja y Odón también supieron querer a Kala a pesar de los jalones a las mascadas y de los resbalos que  les ocasionaba después del baño, y Priscila y Teruko cambiaron el agua que utilizó para lavar sus patas en lugar de beberla, las veces que fue necesario.

Kala permanece en mi memoria gracias a todas sus travesuras pero también por el papel importante que tuvo en mi vida, el de mi pequeña terapeuta. Como bien pudo conocer el abuelo, ella tenía una capacidad impresionante para brindar calor, paz y cariño sin condiciones a todos los que lo necesitasen. Cada mañana junto a ella pude sentir, cuando jalaba la colcha y me miraba como diciendo ¡arriba, es un nuevo día! Sus besos siempre fueron oportunos y los responsables de hacer cambiar lágrimas por una gran y genial sonrisa. Ver el mundo desde la aventura que fue vivir con ella, sorprendentemente, fue el camino más tranquilo. Ella supo sacudirse lo pesado del mundo y quedarse encima solamente con un amor pleno y sin reservas. Su amor elevó instantes y decisiones a un estado tan ligero como lo era su andar. Cambió nuestros espacios vitales hacia la tranquilidad y el equilibrio de una vida juntas, una vida que ahora mismo extraño.

¿Y cómo no extrañarla? Sus juegos y el nuevo y peculiar orden que creaban, la manera que tenía de inquietar a sus hermanas, el exceso de amor para todas las personas durante las terapias y su agudeza para reconocer aquellos corazones que necesitaban de un abrazo. Desde su partida la tristeza ha ocupado su lugar en casa y mi corazón. Sin embargo, quiero que la historia de mi KALA no tenga que ver con lágrimas, sino que represente un ejemplo de lo que significa vivir el amor incondicional. Ella siempre será inmensa e igualablemente importante.

Mi corazón encontrará la firmeza. Aún sigo aprendiendo de todas las lecciones que me dejó y espero algún día poder ser digna representante de su bondad y perdón, que por ahora serán mi fortaleza.

Historia narrada por: Carolina Pallares