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Discurso de José Revueltas a los perros del Parque Hundido

Título: Discurso de José Revueltas a los perros del Parque Hundido
Autor: Enrique González Rojo Arthur
Ilustrador: Santiago Solís
Editorial: Idea Zapato

Perros callejeros los hay en todos lados y no podemos evitar el hecho de que compartimos espacios en común dentro de nuestras sociedad, pero ¿qué pasaría si tan sólo los consideraramos en nuestro ir y venir? ¿Si los alimentamos cambiaría su vida? ¿Qué tanto podríamos hacer por ellos?

El discurso de José Revueltas es casi un poema dedicado a los perros que pasean solitarios o en grupos por las calles, él se inspira después de un simple y cotidiano suceso.

Anécdota por Luis Rivera Márquez* (@Solicroo)

28 de marzo de 2015.- La anécdota es la siguiente: José Revueltas, (nacido en Santiago Papasquiaro, Durango, un 20 de noviembre de 1914; el de la barba blanca de chivo; el de la formación ideológica marxista; el hermano menor de Silvestre, Fermín y Rosaura; el escritor; el intelectual más comprometido durante la prolífica era del priismo dictatorial de los años 60; el activista político; el rebelde; el prisionero de Lecumberri; el acusado de haber sido actor intelectual del movimiento del 68; el Premio Nacional de Literatura en el año de 1943 por El Luto Humano) después de tomar unas copas en su departamento ubicado en la calle de Holbein de la ciudad de México, sale hambriento junto a su amigo, el pintor Héctor Xavier Guerrero, para comer unas tortas en el Parque Hundido.

José no tiene tanta hambre y por ende comienza a alimentar a un perrito de la calle; luego son dos, luego cinco, hasta que una jauría de aproximadamente veinte vagabundos se congrega en torno del creador de El Apando, quien al observar el mitin canino y aprovechando la lucidez alcohólica para blandir su espontánea declamatoria, pronunciar uno de los discursos, ¿ficticios?, más críticos, proféticos y certeros de la literatura política mexicana, dirigido, a modo de sátira, a una comunidad de individuos desorganizados, agachones y gandallas.

“Pepe vivía muy cerca de allí y en una ocasión se fue con su amigo el pintor Héctor Xavier Guerrero al parque Luis G. Urbina o Parque Hundido. Charlaron por horas y les dio hambre. Revueltas compró unas tortas y a él no le gustó el pan con que estaban hechas, así que las hizo pedazos y comenzó a lanzar migas a los perros que pululaban por allí. Se subió a una banca y tejió un discurso para la jauría”.

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Discurso de José Revueltas a los perros del Parque Hundido
Enrique González Rojo Arthur

Compañeros canes:
Aprovecho esta concentración
para tomar por asalto la palabra
y decirles mi desdén, mi resistencia, mi furia
por la vida de perros
a que se les ha sometido
y que ustedes aceptan
sumisamente
con una larga, peluda y roñosa
cobardía entre las patas
(animación en el parque).

Camaradas perros callejeros:
¿Van a continuar luchando unos con otros?
¿Van a rodear el hueso
el pobre hueso conquistado,
con la cerca de púas
del gruñido?
¿Y lanzarse a dentelladas
contra el que también vive las manos del hambre
cerrándose en su cuello?

Ah mis pinches
mis bonitos perros:
¿qué pasó con la táctica?
¿dónde sus olfateos de dialéctica?
Cada uno de ustedes ha acabado por ser el ámbito
en que sólo las pulgas están organizadas
autogestivamente.

Algunos
(ya los conozco)
pretenden luchar
para que el número de Sociedades Protectoras
de Animales
aumente al mismo ritmo
del crecimiento demográfico
de los perros.
Canallas.
Otros
por el mejor trabajo
de los veterinarios.
Sinvergüenzas.
Unos más
porque las vacunas antirrábicas
se repartan a pasto.
Farsantes.
(murmullos de aprobación).

Camaradas perros:
Ustedes lo saben mejor que yo.
Lo espío ya en sus ojos:
hay que hacer a un lado la perrera egoísta
o el árbol por la individuación humedecido.
Desenterrar el hueso colectivo del atreverse.
Darle existencia histórica a las fauces
y soltar las tarascadas
en el número preciso requerido
para el triunfo.
Yo lo he soñado así.
En mi puño mi fuero interno mis lágrimas
clandestinas
yo he pensado que llegará un día
camaradas
en que por fin no sea
el perro hombre del perro
(ladridos entusiastas).

Mas quiero algo decirles.
En esta lucha.
En este joderse.
En esta pasión
no vaya a ser que otros les coman el mandado.

No vaya a ser que los perros guardianes.
No vaya a ser que los perros de presa
o los perros policía.
No vaya a ser que los canes cultivados
los que cuelgan su rosal de ladridos
en medio de los jardines.
No vaya a ser que los advenedizos
los que sólo hasta ahora merodean
a sus propias mandíbulas y dientes.
No vaya a ser.
No vaya a ser que aquellos
cuando ustedes destruyan este mundo
se erijan en los nuevos mandarines
chorreantes de colmillos
y que ustedes se queden
sufriendo nuevamente
su existencia de perros
(aullidos exaltados).

José guardó silencio.
Bajó del montículo que le servía de estrado.
Y una insinuante perra que atravesó la calle
le dio en la madre al mitin
a la pálida flor de la justicia
a la solemnidad del crepúsculo
y a la conciencia de clase
que fugaz
se había encendido
en esta efímera concentración
de perros callejeros.

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